Desde niña, alguna vez escuché a la gente que me rodeaba hablar de unos "chilangos"... Me imaginaba unos chiles enormes con un sabor muy picante. Obvio, cuando crecí y supe de lo que se trataba, quedé sumamente sorprendida: Ni son chiles y son personas que vivieron en la provincia que, debido a la búsqueda de nuevas oportunidades de empleo, emigraron hacia el Distrito Federal. De igual forma, se les nombra a los nacidos en la capital. Hasta aquí, todo bien, pero, ¿por qué existe un odio desmedido en contra de nuestros connacionales?
Es bien sabido por todos los que no habitamos en el DF, que las personas que viven en la capital de México son más aguerridos, viven al límite, tanto en sus emociones como en su vida diaria. Agresivos tal vez por el hecho de que están con el estrés a flor de piel, ya que las grandes distancias que recorren diariamente, desquiciarían al más equilibrado. También hay que recordar que el hecho de que vivan en la ciudad más poblada de México, los hace un poco esquizofrénicos, histéricos, abiertos y lanzados.
Sin embargo, también tienen fama de ser prepotentes, manipuladores, racistas (por la tez blanca y por aquello de que no reciben ningún rayo de sol), deshonestos, de querer sentirse más que otros, esos aires de superioridad calan profundo entre el resto de los pobladores del país y ello hace que precisamente, nosotros, los provincianos, les tengamos cierto recelo y odio (sino, pregúnteles a los Regios, a los Veracruzanos o a los Jalicienses).
Nosotros tampoco somos la excepción: Ellos nos catalogan como mediocres, incultos, ignorantes, manipulables y retrógradas. Cada bando se avienta la bolita y lamentablemente, no nos ponemos a pensar en el hecho de que vivimos en un solo territorio Nacional.
Mientras aquí, nos asombramos y nos enojamos cuando nos exigen el mismo tipo de ritmo de vida que llevan en la capital, cuando nos sorprendemos porque manejan como alma que lleva el diablo, porque son amantísimos de la cumbia -y no es por nada, pero bailan super bien- y porque son una bola de mandones, ellos se quejan de nuestra conchés, de que los invadimos, de nuestra timidez, de que somos grotescos y se la pasan echando carrilla por la forma peculiar de nuestro modo de hablar... si supieran.
Sinceramente, a pesar de tooodo lo que se diga en contra de los pobres defeños o capitalinos (gentilicios que mejor los definen), ellos mantendrán sus contumbres para envidia y enojo de millones de paisanos provincianos que los odian. Lamentablemente, los hechos no nos dejan mentir y no por algo, seguirá persistiendo un lema que es el legado de las generaciones antiguas: "Mata a un chilango y harás patria". A ver quien se anima...
Sin embargo, también tienen fama de ser prepotentes, manipuladores, racistas (por la tez blanca y por aquello de que no reciben ningún rayo de sol), deshonestos, de querer sentirse más que otros, esos aires de superioridad calan profundo entre el resto de los pobladores del país y ello hace que precisamente, nosotros, los provincianos, les tengamos cierto recelo y odio (sino, pregúnteles a los Regios, a los Veracruzanos o a los Jalicienses).
Nosotros tampoco somos la excepción: Ellos nos catalogan como mediocres, incultos, ignorantes, manipulables y retrógradas. Cada bando se avienta la bolita y lamentablemente, no nos ponemos a pensar en el hecho de que vivimos en un solo territorio Nacional.
Mientras aquí, nos asombramos y nos enojamos cuando nos exigen el mismo tipo de ritmo de vida que llevan en la capital, cuando nos sorprendemos porque manejan como alma que lleva el diablo, porque son amantísimos de la cumbia -y no es por nada, pero bailan super bien- y porque son una bola de mandones, ellos se quejan de nuestra conchés, de que los invadimos, de nuestra timidez, de que somos grotescos y se la pasan echando carrilla por la forma peculiar de nuestro modo de hablar... si supieran.
Sinceramente, a pesar de tooodo lo que se diga en contra de los pobres defeños o capitalinos (gentilicios que mejor los definen), ellos mantendrán sus contumbres para envidia y enojo de millones de paisanos provincianos que los odian. Lamentablemente, los hechos no nos dejan mentir y no por algo, seguirá persistiendo un lema que es el legado de las generaciones antiguas: "Mata a un chilango y harás patria". A ver quien se anima...